Bretaña

Día 1: Llegada a Bretaña 

Salimos de Amersfoort a las 05.00 de la mañana, ya con luz y con tráfico, por increíble que parezca. Como nos esperaban unos cuantos kilómetros hasta Pontorson, donde se encontraba nuestro alojamiento rural, nos turnamos conduciendo y procuramos no hacer muchas paradas para ahorrar tiempo… con lo que no habíamos contado fue con 4 gendarmes en el peaje de Yerville, que nos pararon, registraron el coche e incluso abrieron bolsas y maletas, después de preguntarnos si llevábamos dinero en efectivo, tabaco y/o drogas :-S

Plano de Bretaña y Normandía

Tras encontrarnos con nuestros amigos, que venían de Madrid, en la acogedora casita rural de Delphine en Portonson y desprendernos del equipaje, partimos rumbo a la costa para inaugurar el viaje. Previa parada en un mirador con vistas al puerto de Cancale, llegamos hasta el Point du Grouin, un cabo con unas vistas preciosas del Atlántico. En el camino hacia Saint Meló, una mansión particular encaramada a una peña nos salió al paso, y no pudimos dejar pasar la oportunidad de recrearnos en nuestra absoluta envidia canina por los moradores de semejante islote :-)


La siguiente parada tuvo lugar en Rothéneuf; allí visitamos los acantilados esculpidos, la obra del humilde abad Fouré que, tras quedarse sordo y mudo, dedicó los últimos 25 años de su vida a esculpir la roca del acantilado con escenas del imaginario bretón. Su mundo de dragones, duendes, pescadores y seres marinos de piedra ya ha empezado a desvanecerse por efecto de la erosión, de modo que poder ver los acantilados esculpidos fue un honor del que dentro de poco solo el mar podrá disfrutar.


Finalmente llegamos a Saint Meló. Allí disfrutamos del tranquilo paseo marítimo, junto a la interminable hilera de troncos clavados en la arena de la playa que simulan un bosque peculiar; continuamos el paseo respirando el olor a sal de sus calles hasta parar en una de las terracitas del centro antiguo donde, todo hay que decirlo, no nos atrevimos a cenar por sus precios prohibitivos. Como final de un día de horas de conducción y primeras impresiones del lugar, cerramos con una cenita improvisada en el jardín de la casa rural y unas cuantas horas de sueño reparador.



Día 2: Por el interior hasta Carnac

A 35km de Rennes se encuentra el antiguo Bosque de Brocelandia, más conocido como el bosque de Paimpont, una extensión boscosa con rutas y paradas donde cada piedra tiene una historia que contar.

Tras recopilar información en la oficina de turismo de Paimpont, estratégicamente situada junto a una abadía del siglo XII (ya iniciada como ermita en el VII por Sa Judicael, rey de Domnonnée) iniciamos el paseo por el bosque. Primera parada: “la tumba de Merlín”, dos losas neolíticas respaldadas por un viejo acebo (antes de ser saqueada, era una galería cubierta de unos 10m de largo) Según la leyenda, tras sucesivos encuentros del druida Merlín con el hada Viviana en aquel bosque, ésta consiguió arrancar al mago el secreto de cómo hacer cautivo a un hombre para siempre; el hada trazó nueve círculos fatídicos en torno al Merlín, encerrándolo para siempre en una cárcel de aire.


Cerca de este punto se encuentra la “Fuente de la Juventud” que, como su nombre indica, otorga juventud a quien beba de sus aguas durante siete días entre la puesta y la salida del sol después de andar descalzo para llegar a ella. Frente a la fuente se encuentra una pequeña extensión repleta de pequeños monumentos de piedra sobre piedra que nos resultaron cuanto menos originales.


El recorrido por el bosque es un camino hacia la desesperación, se diría que realmente Brocelandia está encantada, ya que ni el GPS ni la guía ni los dos mapas (distintos el uno del otro) adquiridos en la oficina de información, nos libraron de dar varias vueltas a ciegas, como si nos hubiéramos perdido en el mismísimo Triángulo de las Bermudas. Finalmente, a fuerza de pura voluntad, conseguimos llegar al “Valle sin Retorno” (Le val sans retour) del que se dice que ningún amante infiel consigue volver a salir desde que el hada Morgana, abandonada por su amante, lo hechizó.


Cerca del “Espejo de las Hadas” (Le miroir aux Fees), un lago de aguas quietas y cristalinas, se encuentra el “Árbol de Oro” (l’Arbre d’Or), un árbol dorado rodeado de troncos calcinados, que representa el renacimiento del bosque tras el incendio de 1990. Para un futuro viaje dejamos la “Tumba del Gigante”, la “Roca de los Amantes Infieles”, la “Morada de Viviana” y la “Fuente de Bareton”, pues aún nos quedaban unos cuantos kilómetros hasta Carnac.


Alineamientos neolíticos en Carnac

A unos 100Km al SE de Paimpont está Carnac, donde se encuentra el monumento prehistórico más extenso del mundo, un conjunto de alineamientos neolíticos que consta de unos 4000 menhires repartidos en 4 áreas a lo largo de una extensión de 40 hectáreas. Contemplar los menhires alineados de Kerlescan, Kermario y Le Menec es sencillamente estremecedor, pero no solo pudimos disfrutar de la impresionante vista de los alineamientos sino también del “Gigante de Manio”, un menhir solitario de 6m de altura, el túmulo funerario del “Cuadrilátero de Manio” y varios cromlecs (círulos de piedra). La sensación de encontrarse ante un misterio milenario que se esconde en el silencio de las piedras es profundo y sobrecogedor en este lugar, de manera que el viaje de vuelta fue bastante silencioso, sumidos como estábamos en nuestros propios pensamientos sobre lo que habíamos visto y sentido en Carnac.



Día 3: Mont Saint Michel


Levantarse temprano para visitar el Monte es imperativo si no se quiere uno encontrar con auténticas patrullas de turistas sitiando el recinto de la abadía de Mont Saint Michel. Poco amigos de las multitudes y ansiosos por encontrarnos al fin con la abadía y su arcángel custodio, dejamos la casa a primera hora para dirigirnos al monte, que se encontraba a tan solo unos 6 km de nuestro alojamiento.



Después de dejar atrás las tentadoras tiendecitas de las calles que ascienden hacia la abadía y poner a prueba la resistencia física en las empinadas cuestas, accedemos al recinto de piedra para iniciar un viaje en el tiempo; los sólidos muros de la abadía nos acogen con su silencio cargado de historia, y mientras recorremos una sala tras otra casi podemos ver a los mojes negros paseando en derredor, inclinados sobre antiguos pergaminos en la Sala de los Caballeros, comiendo silenciosamente en el refectorio, meditando mientras caminan lentamente por el claustro…


Antes de salir de nuevo al exterior y volver al presente, San Miguel se despide desde su pedestal donde, con la espada en una mano y la balanza en la otra, mantiene inmovilizado para siempre al dragón, símbolo del Demonio y de todo Mal.

Dol-de-Bretagne 

Aún nos quedaría una visita más al Monte, pero de momento cambiamos el rumbo para dirigirnos hacia Dol-de-Bretagne, donde nos esperaba el impresionante menhir de Champ-Dolent, un megalito de casi 10m de altura, más de 16000 años y unas 150 toneladas. Después de un tentempié y un paseo tranquilo por las antiguas calles del pueblo (fue fundado en el siglo VI), subimos al Mont Dol, una colina poblada desde el paleolítico y coronada por la discreta capilla y la torre de Notre Dame de l’Espérance. Junto a la capilla se encuentra la roca del “Pie de San Miguel”; según cuenta la leyenda, el arcángel saltó sobre esta roca para pasar al Mont Saint Michel, dejando su huella marcada.



Dinan y el Bosque de Coëtquen 


De camino al pueblo medieval de Dinan, que nos esperaba para cenar, decidimos adentrarnos en el Bosque de Coëtquen. Aunque se acercaba peligrosamente la hora del cierre de las cocinas bretonas, valía la pena arriesgar la cena por pasar un rato sumidos en el silencio del bosque, completamente a solas con la Naturaleza; la luz se derramaba suavemente sobre las hojas plateadas que alfombraban el suelo, lejanos cantos de pájaros coronaban las copas de los árboles, que formaban un techo verde para cobijarnos del calor, de los ruidos humanos y del mundo exterior.


Tras la cena al aire libre, un paseo por las medievales calles de Dinan, con sus casas de líneas arqueadas por el tiempo y su puerto empedrado, nos sirvieron como preámbulo perfecto para la culminación de un día completo e inspirador: la visita nocturna al arcángel. Si el Mont Saint Michel impresiona a la luz del sol, no lo hace menos bajo el resplandor de un plenilunio casi perfecto; con la marea ya alta, el peñón parece emerger de las aguas tranquilas de la bahía iluminado de ocres y respaldado por las luces rosadas del atardecer.


La silueta del monte recortada sobre el cielo del ocaso es una foto fija que se graba en el corazón, una sensación de pertenencia a ese algo que perdura, una conexión con la historia de sus muros, con el cristal de sus vidrieras sin color, con las vidas de los individuos desconocidos que moraron en su interior… Esa noche nos llevamos de recuerdo la visión del Mont Saint Michel, y en él dejamos, para siempre, un pedacito de nosotros mismos.



Día 4: Ruta de los Faros 

El cuarto día fue el elegido para hacer nuestra particular “ruta de los faros”, lo que no significaba ver solo faros… la idea era describir un recorrido por la costa bretona localizando tantos como pudiéramos desde tierra, sin olvidar otros elementos interesantes de la zona. Así que comenzamos la ruta con el Menhir de Men-Marz, también conocido como “la piedra del milagro”. Situado en Brignogant-Plagues, Men-Marz es un megalito de unos 8 metros de altura coronado por una cruz cristiana.


La siguiente parada tuvo lugar en la costa de Plouguerneau, desde donde se divisaban los 82.5m de granito del faro de la isla Vierge; se trata del más alto de Europa y el más alto de mundo construido en piedra. Cerca de allí se encuentran las ruinas de Iliz Coz, restos enterrados de una antigua parroquia.


En la parte más occidental, en el cabo de Saint Laurent, encontramos el faro de Le Four, ampliamente conocido por la famosa fotografía de Jean Guichard. Nosotros no conseguimos presenciar una ola de semejante tamaño ya que las aguas se encontraban en calma, pero disfrutamos de la innegable belleza de la costa que mira al faro.

De nuevo uno de los numerosos menhires de la provincia nos salió al paso, en este caso el llamado “jorobado”. El menhir de Kerloas, el más grande de Francia, se encuentra resguardado y apenas oculto por una pared vegetal en medio del campo en algún lugar entre Plouarzel y Saint Renan; el hecho de que en el pasado fuera frecuentado con motivo de la celebración de ritos de fertilidad pudo propiciar que algún individuo, poco inclinado al respeto por los monumentos milenarios y menos consciente aún de la importancia y trascendencia de éstos, se dedicara a “decorar” el menhir con un graffitti de color rosa en forma de corazón. Con evidente indignación abandonamos el lugar, poniendo rumbo al próximo faro, que sería el de Trezien, muy entrado en tierra y, aunque no tan alto como los anteriores, sí bastante impresionante, probablemente por el mayor acercamiento que permitía.


El faro de Saint Mathieu fue el más impresionate, ya que se hallaba junto a los restos de una abadía benedictina del siglo VI. No se trataba en realidad de un solo faro sino de tres, que se unían a un conjunto de faros repartidos por la zona debido a que este punto es un cruce de caminos marítimo donde el tráfico de embarcaciones es abundante y peligrosa la navegación.




Para cerrar nuestra ruta de faros (la hora tardía no nos permitió continuar por la parte sur) elegimos un pequeño restaurante muy casero y “auténtico” en Le Conquet, donde nos sirvieron unos enormes cuencos de metal repletos de mejillones, típicos de la zona.


Día 5: El Día D

Solo disponíamos de una mañana en nuestro último día en Francia, y decidimos partir rumbo al norte para visitar el cementerio de los soldados americanos que murieron en las playas de Normandía el día del Desembarco. El “Cementerio y Monumento Estadounidense” se encuentra en Colleville-sur-Mer y es mucho más que un cementerio, es un centro informativo de entrada libre donde el visitante realiza un recorrido, a través de imágenes, textos y objetos, de lo que supuso el D-Day, de todo lo que rodeó al Desembarco de Normandía. Muy informativo, completo y bien organizado, el centro de visitantes te prepara para la sobrecogedora visión del campo verde sembrado de cruces blancas, más de 9000 cruces de mármol blanco perfectamente alineadas a lo largo y ancho de 172.5 acres.


Contrastando con esta imagen, la estatua de 22 pies de altura que centra el Monumento, simboliza el espíritu de la juventud resurgiendo entre las olas, y da la despedida al visitante con una promesa de esperanza y continuación, de vida y resurgimiento.


Tras despedirnos de nuestros amigos, a las 15.15 de la tarde, con 29ºC y tremendo atasco a la salida de Caen, iniciamos nuestro camino de regreso a Holanda. El viaje habría de durar unas 7 horas y sabíamos que llegaríamos cansados y doloridos tras el largo trayecto en coche, pero llevábamos con nosotros el recuerdo de los cuatro días en Bretaña y la maleta repleta de imágenes, de magia, de sensaciones, reflexiones y sonrisas que para siempre se quedarán con nosotros… y ahora, quizá, también contigo, con quien he querido compartir un pedacito de esos recuerdos.

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