Inglaterra mágica


Salida

Tras meses preparando (y soñando) este viaje, finalmente llegó el día tan esperado y un 07 de Agosto partimos de Barajas con rumbo a Inglaterra. Alquilamos un coche en el aeropuerto de Bristol y llegamos alrededor de las 20.00h a nuestro alojamiento, “The Paddock”, un Bed and Breakfast encantador en las inmediaciones de Bristol, regentado por Anna West –señora de rostro discreto y sonrisa complaciente que durante 9 días nos acogió con cariño y afabilidad–. Su marido resultó ser holandés, casualidades de la vida, con lo que Marc encontró además a un compatriota encantado de poder hablar de nuevo en su lengua materna.


Nada más llegar nos dimos de bruces con la diferencia cultural en cuanto a los horarios de comidas, y esa noche acabamos cenando (tras muchas vueltas infructuosas) en un tugurio indio mientras el 80% de la población se encontraba ya en el séptimo sueño.


Primera jornada: BATH y AVEBURY

Tras un desayuno temprano con todo incluido, lo que significaba huevos fritos, bacon, imponente salchicha, champiñones y, por supuesto, tostadas y té, partimos hacia  nuestra primera visita: la romana ciudad de Bath.

Termas de Bath

Precioso lugar con calles limpísimas adornadas con grandes macetones repletos de flores, gente paseando tranquilamente… y las famosas termas romanas. A pesar de la clavada (la visita más cara de todo el viaje) valió la pena el recorrido, te haces una idea bastante aproximada de cómo vivían los pudientes de la época.
Tras las termas visitamos la abadía; luminosa, espaciosa, llena de encanto, tienes la impresión de encontrarte en medio de un espacio de paz y tranquilidad donde poder comunicarte con tu dios personal, sea cual sea, de tú a tú. Grandes, altas y coloridas vidrieras dejan entrar la luz evitando que el interior se llene de penumbras; paredes tapizadas de ángeles, dedicatorias y un sinfín de detalles que puedes observar sin darte cuenta de que el tiempo continúa corriendo al otro lado de los muros.

Izda: vidrieras de la catedral. Dcha: vista de Bath

Unos sandwiches en la plaza junto a la catedral nos bastaron para reponer energías, un banco al solecito, palomas que alimentar y un flautista en el centro de la plaza que convertía las piezas más prosaicas (y conocidas) en pura magia. Cuando tocó el turno a la guitarra española ya era hora de seguir nuestra ruta, no sin antes hacer acopio de una de las maravillas que da esta tierra: el fudge! Nuestro segundo destino nos aguardaba a pocos kilómetros; pronto llegamos a Avebury.

Del santuario de madera y piedra no queda nada, solo una muestra de cómo estaba construido, pero entrar en el círculo aún es como penetrar en un espacio sagrado, el verdadero santuario invisible cercado tan solo por las marcas de los troncos clavados en la tierra.


Antes de continuar por West Kennet hasta Long Burrows, nos detuvimos en uno de los tres túmulos, enterramientos en forma de pequeñas elevaciones del terreno cubiertas de hierba y que salen al paso al borde del camino.

Llegamos al fin a los famosos Stone Circles de Avebury, donde pudimos dar un paseo por colinas verdes salpicadas de megalitos, menhires dispuestos en un inmenso círculo. Una de las sorpresas del lugar fue una colina cubierta por las raíces de cuatro enormes árboles, sus ramas caían alrededor como formando una cueva de paredes tupidas y en muchas de sus hojas se enganchaban notas con poemas y agradecimientos. El lugar perfecto para descansar un rato.


Siguiente visita: Castle Combe. Se trata de un pueblecito al que acudimos, a la caída de la tarde, a través de un túnel del tiempo hecho de árboles y vegetación. Casitas de cuento y una paz inquebrantable nos esperaban allí, y un búho asomado a una ventana, y un riachuelo mágico que nos murmuró sus secretos al cruzar el puentecillo de madera, y el cotage del unicornio… y el día que declinaba a la vuelta hacia Bristol, con fish and chips para cenar en la terraza de nuestra habitación en el Paddock, y unas Guinness en el pub cercano (único del lugar) “The Lamp Lighters”, mientras hacíamos planes para el día siguiente.

Cotage y vista del río en Castle Comb


Segunda jornada: EXETER

Tras un desayuno no tan temprano con “casi” todo incluido (la experiencia del complete English breakfast había sido intensa) tomamos la M5 directos hacia Exeter. Park and Ride y tomamos un autobús de dos plantas que nos llevó al centro de la city. A pesar de las obras, las grúas y los edificios de oficinas, el lugar conserva su encanto de pueblecito inglés, con sus calles apacibles pero llenas de vida. Visitamos la abadía, el Ayuntamiento, la Iglesia de St. Stephen y, en una bocacalle de Hight Street, los restos de un castillo erigido por Guillermo “El Conquistador” con una placa dedicada a las tres últimas personas condenadas por brujería (las tres mujeres, claro) :-S

Izda: arriba escultura conmemorativa, abajo catedral.
Dcha: escultura de marmol en el interior de la catedral

Aún nos quedaba mucho por ver ese día, así que partimos hacia Torquay, donde nos esperaba el mar tras un paisaje costero lleno de curvas y cuestas hasta llegar –tras larga búsqueda– a la Torre Abbey, que tristemente encontramos en obras.

Totnes, también difícil de encontrar a pesar del GPS, no nos deparó más que una torre redonda completamente vacía (entrada previo pago) que se suponía parte de un castillo normando del siglo XII… Como lugar de relax, sirvió, pero como visita turística no lo recomiendo. Más agradecida fue la visita a la Iglesia de Sta. Mª de Totnes, antes de salir hacia Taunton.

Allí vimos un castillo del siglo XII que sí recomiendo visitar y la Saint Mary Magdalene Church, cenamos en el único local abierto del lugar, “Qué pasa” (supuestamente tapas-bar) y volvimos al Paddock para un chocolate caliente, ultimar planes de cara al día siguiente y descansar.

Tercera jornada: STONEHENGE

Ese día desayunamos aún menos (ya casi no se podía hablar de desayuno inglés salvo por la presencia de los huevos y el té) y salimos temprano ya que teníamos bastantes kilómetros por delante. La ruta incluia Stonehenge, Salisbury, Glastonbury, Avalon y Wells.


Contemplar Stonehenge, estar ante esas magníficas piedras milenarias, en el círculo lleno de misterio, es realmente sobrecogedor. Me causó algo de tristeza ver el conjunto megalítico rodeado de turistas (entre los que me contaba, claro) y cercado por una valla, pero cuando ignoras el carácter turístico del asunto y te fundes con la imagen grandiosa de las piedras, todo lo demás desaparece, y las dos horas transcurridas allí parecen tan solo un momento.


Salisbury nos recibió con su espléndida abadía, la del enorme Onix de un billón de año y la “walking madonna” en sus jardines. Y tras un almuerzo frugal con riachuelo y cisnes incluidos, llegamos a uno de los destinos más esperados: Glastonbury.

Onix en la catedral de Salisbury

La abadía es sobrecogedora, grande y fragmentada pero con ese aire romántico y ancestral de las ruinas trascendentales. Aunque dudo que Arturo y Ginebra estuvieran realmente enterrados allí, en un banquito cercano puedes sentarte un momento y disfrutar de la profunda placidez que otorga el lugar.

Abadía de Glantonbury

Después subimos al otero donde, se cuenta, estuvo Avalon. Llegar hasta la legendaria torre del Tor supuso un esfuerzo considerable que sería recompensado con las espléndidas vistas y las sensaciones encontradas que ofrece observar de cerca la gran torre; se diría que hay algo oscuro en sus muros antiguos, un frío indefinido, un encantamiento no pronunciado, la magia oculta –tal vez– de tiempos gastados.

La torre del Tor en el supuesto emplazamiento de Avalon

Por último, finalizamos nuestra ruta de ese día en Wells y su catedral espectacular, rodeada de extrañas esculturas junto a las que oímos sonar los cuartos con muñequitos animados incluidos.

Izda: Catedral de Wells. Dcha: una de sus estatuas


Cuarta jornada: LONDRES

Desperté a las 07.00 am, sobresaltada y con cielos nublados, el día que habíamos decidido dedicar a Londres. Tras algo más de 200km llegamos a la city. El consejo de mi amiga (que había vivido allí) sobre “aparcar en Notting Hill, ver Portobello Road y pasar el resto del día en el centro” se convirtió en un pequeño infierno buscando aparcamiento, clavada final por 4 horas de parking, metro extra sórdido y crispaciones en el grupo. Vistazo al Parlamento (obligado), al Big Ben (idem) y a la abadía de Westminster, visita a la Tate Gallery algo decepcionante (salvo por Piper y Higgins, y por supuesto la conmovedora “Lady of Shalott” de Waterhouse) y paseo final por Portobello Road, que no nos impresionó demasiado. Tras una serie de incidentes que nos dejaron una sensación muy poco welcoming de la ciudad e impelidos por la impávida masa humana a pasar de la Torre de Londres, decidimos dejar la ciudad sin mayor pudor. Así pusimos rumbo al Paddock, al fish and chips y a las pintas de cierre del día en el “Lamp Lighters”.


Quinta jornada: WINCHESTER y NEW FOREST

Llegamos a Winchester a las 12.00 del mediodía. Un pueblecito que nos agradó mucho, muy auténtico, nos transmitió generosidad, sinceridad… High Street estaba salpicada de músicos –nos paramos un rato a escuchar a un grupo que tocaba música celta y les copramos un CD que nos acompañaría, en el coche, el resto del viaje–.


De camino a Great Hall entramos en una de las puertas de la ciudad, una torre preciosa convertida en museo. El Great Hall nos encantó, especialmente la réplica de la Round Table del siglo XV que cuelga de uno de sus sólidos muros. Hermosas y coloridas vidrieras con escudos y un pequeño jardín, el “Jardín de Leonor”, ideal para un rato de descanso.

Round Table

Muy recomendable también visitar la catedral de la ciudad, de aspecto macizo y pesado pero hermosa. Tras un rápido almuerzo junto a un río, cobijados por las ramas de un gran árbol y acompañados por toda una familia de cisnes, continuamos la ruta hacia New Forest.

Durante unas dos horas estuvimos separados del mundo, adentrándonos por los tranquilos senderos del enorme bosque, paseando entre helechos, hayas, robles… Nuestra ruta pasó por la zona donde se encuentra el “Knighwood Oak”, un roble impresionante de obligada visita, y descansamos un rato en uno de los bancos dedicados que se encuentran de cuando en cuando al borde del camino. Un escenario perfecto para terminar la tarde.



Sexta jornada: CORNWALL

Habiendo apenas desayunado unas tostadas con té, a las 08.30 salimos rumbo a Cornwall, con un itinerario que incluia Tintagel, Sant Michael´s Mount, Penzance, Land´s End y Lizard. 

Nuestra primera parada, Tintagel, ya mereció con creces los kilómetros recorridos. El castillo donde supuestamente Arturo fue concebido, nació y pasó su infancia, se encuentra encaramado a las rocas que forman el acantilado. Sentada al borde del precipicio, de cara al océano y a merced de los elementos embravecidos, una puede abandonarse a la magia del lugar y dejarse llenar por completo de una energía pura, casi salvaje, ancestral. Al abrir los ojos y encontrar el océano extendiéndose ante mí con todo el misterio de su inmensidad, me embargó la emoción. Desde aquel día Tintagel pasó a formar parte de mi lista de lugares mágicos.


Acantilados de Tintagel y Cueva de Merlin

No sin antes echar un vistazo (desde arriba, pues la marea ya estaba subiendo) a la que llaman “Cueva de Merlín”, sita en una pequeña cala cercana, nos dirigimos a Penzance. Recorrido por el victoriano paseo marítimo y visita de una hora al pueblo. Más tarde contemplábamos, desde la playa, la hermosa isla coronada por la abadía de Saint Michael. Se dice que no solo el parecido en la estructura y el emplazamiento lo hermana con el famoso Mont Saint Michel sino que, además, una línea de energía conecta ambas abadías uniendo la costa británica con la Bretaña francesa.

Abadía de Saint Michael

La siguiente y última escala del día fue Lizard, con faro incluido y preciosos acantilados tranquilos que bordeamos a la caída de la tarde para cerrar la jornada de forma relajada.


Séptima jornada: GLASTONBURY y CHEDDAR

Para compensar el día anterior, el plan de aquella jornada sería algo más tranquilo; incluia Glastonbury (donde repetíamos, pues nos quedaban cosas por ver) y Cheddar.

Chalice Well fue nuestra primera parada una vez llegamos a Glastonbury; muy conocido y visitado, queríamos llegar pronto para encontrarlo lo más solitario posible. Es un lugar encantador, lleno de flores, fuentes y vegetación, muy cuidado y donde se respira una increíble sensación de paz. Uno de los puntos más destacables del lugar es la “Visica Piscis”, una fuente que imita la forma de dos círculos unidos por un punto al pie de una cascada sinuosa de aguas rojizas. Se dice que el hombre que sea tocado por estas aguas despertará su lado femenino (es decir, el lado intuitivo, sensible, flexible y más abierto a las energías vitales).


Otro hito de obligada visita es la “Cascada y baño del peregrino”, donde se recomienda meter los pies descalzos y dejarlos secar al sol (está helada y la impresión está garantizada, pero renueva y alivia de forma espectacular). La “Cabeza del león” es un gran chorro de agua potable muy ferruginosa que brota de una cabeza de león de piedra y que es altamente beneficiosa para la salud; beberla es como dar un lametón a una llave antigua o chupar una cañería, pero vale la pena poner a prueba sus cualidades curativas. La “Fuente de la diosa”, con una estatuilla de aspecto prehistórico y elemental es una parada recomendable para dar las gracias a las fuerzas acogedoras y sanadoras del lugar. Y por supuesto no hay que olvidar la “Fuente del Cáliz”, el pozo principal de Chalice Well, donde mucha gente acude a meditar o simplemente pasar un rato de paz y tranquilidad junto al pozo.

Fuentes en Chalice Well

Tras Chalice Well visitamos una pequeña iglesia convertida en museo de la época victoriana; máquinas de trabajo y utensilios del día a día, información sobre las costumbre de la época y una exposición con fotos antiguas del lugar.

Nuestra siguiente escala, Cheddar, no nos deparó tantas sorpresas agradables; llegamos cuando faltaba poco para cerrar las cuevas (a pesar de la hora temprana de la tarde) y tuvimos que volver sin haberlas visitado, pero pasamos el resto de la jornada en esa zona, disfrutando de la tranquilidad de un paseo por la ciudad de calles casi desiertas, y volvimos pronto al Paddock para ultimar los detalles de la que sería nuestra última jornada en la isla.


Octava jornada: WALES

El último día lo habíamos dedicado a visitar Gales, y la primera parada sería el Castillo de Caerphilly. Impresionante mole de piedra, mantiene intacta gran parte de su estructura, torres, muros… es enorme, con dos fosos y sendos puentes levadizos. En una de las torres hay un pequeño pero interesante museo sobre los pobladores de Gales desde la Prehistoria.

Castillo de Caerphilly, Gales

Tras un paseo por el centro de la ciudad (recomendable pero no obligado) salimos hacia la ciudad romana de Caerleon. Nos gustó mucho y pasamos allí el resto del día. Visitamos las termas, organizadas de forma muy informativa de manera que resulta fácil imaginar a los morados de Icta, miembros de la II Legión romana y sus familiares, relajados en los baños, charlando en un clima distendido mientras disfrutaban de las aguas.

Dando un paseo por las encantadoras calles de este pueblecito, dimos con un callejón repleto de esculturas talladas sobre troncos de árboles; todo tipo de criaturas, magos, faunos, doncellas y animales del bosque se daban cita en ese mágico callejón que desembocaba en un jardincito poblado por un sinfín de pequeños seres de madera. Allí mismo tomamos un té, que nos sirvió el perfecto galés mientras pronunciaba para nosotros el nombre welsh del local: “Ffwvrwm”. Obviamente ninguno de nosotros fue capaz de repetirlo :-S



Después visitamos el anfiteatro, con sus gradas cubiertas de hierba formaba un círculo de verde y piedra donde tan solo se escuchaba el rozar de las hojas de los árboles cercanos y el aleteo de las alas de los tres grajos que sobrevolaban el anfiteatro. El momento místico terminó de repente con la irrupción de una familia con niños que asaltaron el lugar convirtiéndolo en un campo de fútbol y echándonos, espantados por los gritos, en pocos segundos.


Anfiteatro romano de Caerleon

Por último, foto en una de esas cabinas rojas tan british, y vuelta al Paddock para preparar las maletas y continuar, al día siguiente, con la próxima escala de nuestro viaje: Holanda. Como no podía ser de otra forma, esa noche tomamos las últimas pintas en el “Lamp Lighters” hasta que tocó la campana del pub y así nos despedimos de esta hermosa tierra en la que, durante 9 inolvidables días sin una gota de lluvia, pudimos disfrutar de su magia y de una belleza inigualables.